sábado, 11 de junio de 2011

Infiel en el campamento

José y María llevaban una vida que cualquiera envidiaría: un matrimonio estable, un hijo de diez años y una casa que respiraba comodidad gracias al exitoso trabajo de José en un bufete de abogados. Sin embargo, bajo esa fachada de perfección, algo faltaba. María, con sus 37 años, seguía siendo un torbellino de belleza: su cuerpo, esculpido por horas de ejercicio, era una obra maestra. Sus pechos, aunque no grandes, eran firmes y redondeados, coronados por pezones que se insinuaban bajo la ropa con descaro. Su trasero, duro y erguido, parecía desafiar la gravedad, y su piel blanca, salpicada por un cabello castaño que caía en ondas, la convertía en una visión irresistible. Los hombres la devoraban con la mirada cuando salía a la calle, silbidos y piropos la perseguían como un eco constante, pero María solo tenía ojos para José. Le había sido fiel desde que se casaron, a los 23 años, aunque últimamente los encuentros entre ellos eran escasos, casi un susurro en la rutina: una vez cada dos semanas, siempre igual, siempre predecible.


A pesar de la monotonía, María amaba a José. Se sentía segura a su lado, aunque una chispa en su interior, tenue pero insistente, pedía más. Sus amigas, Claudia y Julia, no podían entender esa devoción. Claudia, de 30 años, vivía un matrimonio abierto lleno de aventuras; admitía con descaro haber explorado con otros hombres, justificándose con las infidelidades de su esposo. Julia, de 35, era aún más desinhibida: relataba con una sonrisa pícara sus tríos y noches swinger junto a su marido, como si fueran capítulos de una novela prohibida. María, en cambio, se sonrojaba o cambiaba de tema ante esas confesiones. Sus noches con José eran un ritual casi sagrado: la postura del misionero, un ritmo mecánico, y un final que nunca la llevaba más allá de lo esperado. A veces, tímidamente, sugería probar algo nuevo, pero él se cerraba con un “así está bien”. Y ella, resignada, callaba.


Un día, Claudia y Julia se reunieron a solas, con María como el centro de su conversación.
—Clau, esa chica no ha vivido nada —dijo Julia, reclinándose en el sofá con una copa de vino en la mano—. Tenemos que hacerla disfrutar de verdad.
—Totalmente de acuerdo —respondió Claudia, con una chispa traviesa en los ojos—. Mira, la próxima semana viene mi primo Javier. Es perfecto para ella. Tiene un cuerpo de infarto, y, bueno… digamos que no hay mujer que se le resista. Una amiga me contó que tiene un miembro que te hace perder el sentido. Podríamos… ya sabes, orquestar algo.
Julia rió, imaginando la escena.
—Con el cuerpo y la carita de María, ningún hombre la rechazaría. El problema es ella, tan fiel, tan… reprimida.
—Déjamelo a mí —dijo Claudia, segura—. Javier sabrá cómo romper ese caparazón.


Javier llegó unos días después. Con 30 años, era un hombre que exudaba masculinidad: 1.85 de altura, piel trigueña bronceada por el sol, músculos definidos que se marcaban bajo su ropa ajustada. Un tatuaje de dragón serpenteaba por su espalda, y un piercing en la ceja le daba un aire rebelde. Pero lo que realmente lo distinguía, según los rumores, era lo que llevaba entre las piernas: 28 centímetros de puro poder, grueso y orgulloso, rodeado de vello oscuro que él dejaba crecer con descaro. Había sido militar, mujeriego empedernido, y aunque se había casado una vez, el matrimonio se deshizo en seis meses por sus infidelidades. Con Claudia compartía una conexión especial: habían crecido juntos, casi como hermanos, aunque en su adolescencia cruzaron líneas prohibidas en un par de noches de pasión que nunca mencionaban.


Esa misma noche, Claudia organizó una cena en su casa. Su esposo estaba presente, pero José no pudo asistir; al día siguiente debía viajar por tres semanas para atender un caso fuera de la ciudad. María llegó por compromiso, luciendo unos jeans que abrazaban sus curvas y una blusa ligera que dejaba entrever el encaje de su ropa interior. Cuando Claudia presentó a Javier, sus ojos se encontraron por un instante. Él la recorrió con una mirada hambrienta, deteniéndose en sus caderas, en la forma en que sus pechos se erguían bajo la tela. María, ajena a esa intensidad, apenas le sonrió y volvió su atención a las amigas.


—¿Qué pasa con José? —preguntó el esposo de Claudia, sirviendo más vino.
—Se va de viaje por tres semanas, al norte —respondió María, con un suspiro.
—Vaya, te va a dejar muy sola —bromeó Julia, guiñándole un ojo.
Todos rieron, pero Javier no apartó los ojos de María.
—Oye, ya que llegó mi primo —intervino Claudia—, estaba pensando en hacer un campamento. ¿Qué dicen?
—Conmigo no cuenten —dijo su esposo, levantando las manos—. Mucho trabajo. Pero vayan ustedes, diviértanse. Javier puede mostrarles la laguna que está a las afueras.
—¡Yo me apunto! —dijo Julia, entusiasmada—. ¿Y tú, María?
—No, yo no. Tengo que cuidar a mi hijo —respondió ella, buscando una excusa.
—Eso no es problema —insistió Claudia—. Contraté una nana para los míos. Deja al tuyo con ella.
—No sé… —dudó María, nerviosa.
—Anímate, la pasarás genial —la animó el esposo de Claudia—. Además, Javier es exmilitar. Las cuidará bien.
—¿Es verdad eso? —preguntó María, girándose hacia Javier. Siempre había admirado a los militares; le parecían figuras de fuerza y protección.
—Claro que sí —respondió él, con una voz grave que vibró en el aire—. Te cuidaré como nadie.
María sonrió, algo cohibida.
—Bueno… está bien. Iré.


Al día siguiente, María despidió a José en la puerta. Le mencionó el campamento con un tono casual, y él, distraído, solo le dio un beso en la frente y le dijo que se cuidara. Ella regresó a casa y preparó su maleta: jeans ajustados, blusas ligeras y su ropa interior favorita, un conjunto de encaje negro que la hacía sentir sensual, aunque solo José lo había visto alguna vez. Horas después, se reunió con Claudia, Julia y Javier en casa de la primera. Tras un trayecto por la autopista, se desviaron hacia un bosque frondoso y montaron tres carpas: una para Javier, otra para María y la tercera para Claudia y Julia.


El primer día amaneció cálido. Claudia se enfundó un bikini rojo que apenas contenía sus curvas y se lanzó al lago con un grito de alegría. María, sentada en la orilla, se excusó diciendo que no había traído traje de baño. En realidad, la presencia de Javier la intimidaba. Julia, con un resfriado leve, se quedó con ella, observando desde la distancia.
—No traje ropa de baño —dijo Javier, quitándose la camiseta con un movimiento lento que dejó ver sus abdominales marcados—. ¿Les molesta si nado en bóxers?
—No hay problema —respondió María, con voz tímida.
—Todo bien —añadió Julia, disimulando una sonrisa.


Javier se despojó del pantalón, quedando en unos bóxers blancos que se adherían a su piel y dejaban poco a la imaginación. El bulto entre sus piernas era imposible de ignorar, grueso y prominente, y María sintió un calor subirle por el cuello. Sus ojos se clavaron en él, traicionados por una curiosidad que no podía controlar.
—Qué bien está Javier —susurró Julia, inclinándose hacia María—. Seguro que eso mide más de 25 centímetros.
—¿Tanto? —respondió María, intentando sonar indiferente, aunque su voz tembló.
—Claro, y mira ese cuerpo. Es un dios —insistió Julia, divertida.
—Bueno… sí, está bien —admitió María, con una risita nerviosa.


Cuando Javier salió del agua, el bóxer mojado se pegó a su piel, delineando cada centímetro de su virilidad. María tragó saliva, sintiendo un cosquilleo traicionero entre las piernas. Él la miró de reojo y sonrió, como si supiera el efecto que causaba. La tarde transcurrió entre caminatas y risas, con Javier desplegando un carisma que envolvía a las tres mujeres. María no podía evitar sentirse atraída por su humor, por la forma en que sus ojos se detenían en ella más de lo necesario.


Al caer la noche, Julia sacó una botella de whisky y varios licores de su mochila. Encendieron una fogata, y el crepitar de la madera llenó el aire de un calor hipnótico. María no solía beber mucho, pero las insistencias de sus amigas la hicieron ceder. Tras varias rondas, el alcohol le soltó la lengua y le encendió el cuerpo. Estaba mareada, caliente, y una sensación desconocida palpitaba en su interior.
—Propongo un juego —dijo Claudia, con una chispa maliciosa en la mirada—. “Manda que obedezco”.
—¿Cómo es eso? —preguntó Javier, inclinándose hacia adelante con interés.
—Es simple —explicó Claudia—. Nos dividimos en equipos. Uno manda, el otro obedece. Si el equipo obediente cumple cinco retos, gana y puede mandar diez al otro. ¿Te animas, María?
Ella dudó, pero el whisky nublaba sus reparos.
—Claro, me animo —dijo, con una sonrisa torpe.
—Sin quejas, ¿eh? —insistió Claudia.
—Prometido. Lo juro por mi hijo —respondió María, sin medir las consecuencias. Para ella, un juramento era sagrado; romperlo traía desgracia.


—Perfecto —dijo Claudia—. Javier y María serán un equipo, Julia y yo el otro. Nosotras empezamos como esclavas.
—¡Mando que Julia tire el whisky al fuego! —dijo María de inmediato, buscando librarse de más copas.
Julia obedeció con un gesto teatral, y las llamas rugieron al recibir el licor.
—Mi turno —intervino Javier—. Mando que Claudia le baile sexy a Julia.
Claudia se levantó con una risa y comenzó a mover las caderas frente a Julia, rozándola con una sensualidad descarada. María soltó una carcajada, sorprendida por lo lejos que estaban dispuestas a llegar.
—Ahora yo —dijo María—. Mando que Julia le dé una cachetada fuerte a Claudia.
Julia no dudó: el golpe resonó en el aire, y Claudia gritó, frotándose la mejilla.
—¡Me las pagarás! —dijo entre risas.
—Falta poco para ganar —susurró Javier al oído de María, su aliento cálido rozándole la piel.
—Entonces… mando que Claudia bese a Julia en la boca —dijo él, subiendo la apuesta.
María abrió los ojos, pero antes de protestar, Julia se inclinó hacia Claudia y sus labios se encontraron en un beso lento y provocador. María sintió un nudo en el estómago, mezcla de nervios y algo más profundo.
—Último reto —anunció Javier—. Mando que Julia y Claudia intercambien pantalones.
Ambas se despojaron de los jeans con rapidez, dejando ver su ropa interior —una tanga roja para Claudia, un culotte negro para Julia—. Javier las observó con una sonrisa ladeada, y María no supo dónde mirar.


—Ganamos —dijo Claudia, ajustándose el pantalón de Julia—. Ahora nos toca mandar a ustedes. Primer reto: bésense.
María sintió que el mundo se detenía. Miró a Javier, y antes de que pudiera reaccionar, él tomó su rostro con manos firmes y la besó. Fue breve, pero sus labios, cálidos y decididos, dejaron un rastro de fuego en los suyos. Ella se apartó, jadeante, con el corazón desbocado.
—Segundo reto —dijo Julia, con voz traviesa—. María, siéntate sobre Javier y muévete durante 30 segundos.
—¿Qué? —balbuceó ella, pero el juramento la ataba. Javier se recostó en el suelo, y María, temblando, se sentó a horcajadas sobre él. Al instante sintió su erección creciendo bajo el bóxer, dura y caliente contra su entrepierna. Se movió, al principio con torpeza, luego con un ritmo instintivo que le arrancó un gemido ahogado. Las cosquillas en su interior se volvieron insoportables, y cuando los 30 segundos terminaron, se levantó con las piernas temblorosas.


—Tercer reto —continuó Claudia—. María, quítale la camiseta y el pantalón a Javier.
Él se puso de pie, alzando los brazos con una sonrisa confiada. María deslizó la camiseta por su torso, rozando su piel firme, y luego desabrochó el pantalón, dejándolo caer. El bóxer blanco apenas contenía su miembro, ya medio erecto, y ella sintió un calor líquido extenderse entre sus muslos. Sus pezones se endurecieron bajo la blusa, traicionándola.
—Cuarto reto —dijo Julia—. Javier, quítale la blusa y el pantalón a María.
—No, eso no… —protestó ella, pero él ya estaba cerca, demasiado cerca. Sus manos fuertes desabrocharon sus jeans y los bajaron con facilidad, mientras ella, como en un trance, se quitaba las zapatillas para ayudarlo. Luego, él levantó su blusa, dejando al descubierto el encaje negro que cubría sus curvas. Sus ojos se encontraron, y la erección de Javier palpitó visiblemente bajo la tela.


—Quinto reto —susurró Claudia, con una sonrisa triunfal—. María, besa el pecho de Javier y bájale el bóxer.
María actuó como si una fuerza ajena la guiara. Sus labios rozaron el pecho musculoso de Javier, bajando lentamente hasta arrodillarse. Con manos temblorosas, deslizó el bóxer hacia abajo, y su miembro saltó libre, golpeándola suavemente en la mejilla. Era enorme, grueso, venoso, el doble de lo que conocía con José. Su respiración se aceleró, y un deseo salvaje la inundó.


—Sexto reto —dijo Julia, subiendo la intensidad—. Tóquense y bésense.
Javier no esperó. La atrajo hacia él, sus bocas chocaron en un beso hambriento, y sus manos exploraron cada rincón de sus cuerpos. María, rendida al impulso, cerró los dedos alrededor de su erección, sintiendo su calor y su grosor. Era una sensación nueva, abrumadora, que la hacía temblar de placer.


—Último reto —anunció Claudia, con un brillo conspirador—. Javier, llévala a tu carpa y hazla gritar.
María escuchó, y por un segundo pensó en resistir. Pero cuando Javier la levantó en sus brazos, su cuerpo se rindió. Dentro de la carpa, intentó protestar:
—Javier, no… soy casada, no puedo…
Él la silenció con un beso feroz, sus manos arrancándole el sujetador con un movimiento brusco. El encaje cedió, y sus pechos quedaron expuestos, los pezones duros y sensibles. Javier los atrapó con la boca, succionando con una mezcla de rudeza y devoción que la hizo arquearse. Luego bajó, arrancándole la tanga con un tirón que le arrancó un gemido de dolor y placer. Su lengua se hundió en ella, lamiendo con maestría, explorando cada rincón de su intimidad mientras sus manos apretaban sus senos con fuerza.


—Estás empapada, María —gruñó él, levantándose—. Ahora me toca a mí. Chúpala.
Ella dudó, pero su orden fue tajante:
—¡Ahora!
María tomó su miembro con manos inseguras, besándolo al principio con timidez. El tamaño la abrumaba; apenas podía abarcar la mitad con su boca. Él la guió, empujando suavemente, y pronto ella encontró un ritmo, saboreándolo con una mezcla de vergüenza y placer creciente.


Javier la tumbó de espaldas y se posicionó sobre ella.
—Hora de sentir a un hombre de verdad —dijo, con una voz que destilaba dominio.
María abrió las piernas, entregándose. Él apuntó y la penetró con un movimiento lento pero firme. Ella gimió, el placer y el leve dolor fundiéndose en una danza intensa. Cada embestida la llenaba por completo, estirándola como nunca antes.
—Gime, perra, gime —ordenó él, acelerando el ritmo.
—Ah… sí, qué rico —jadeó ella, perdiéndose en la sensación. Su primer orgasmo llegó como un relámpago, sacudiéndola entera.


Javier no se detuvo. La giró, poniéndola a cuatro patas, y volvió a entrar con un golpe seco que le arrancó un grito. Sus manos se aferraron a sus caderas, marcando su piel blanca con dedos fuertes.
—Todo esto fue planeado, ¿sabes? —dijo él entre jadeos—. Tus amigas querían verte así, rendida, engañando al idiota de tu marido. Y yo… yo quería follarte desde que te vi.
María intentó protestar, pero un tercer orgasmo la atravesó, nublándole la razón. Él la volteó de nuevo, se arrodilló sobre su pecho y dejó caer su semen caliente sobre su rostro. Ella, en un impulso instintivo, lo tomó con la boca, limpiándolo mientras él reía.


Exhaustos, se desplomaron juntos, sus cuerpos sudorosos entrelazados. A la mañana siguiente, Julia y Claudia los recibieron con sonrisas cómplices.
—¿Qué tal la noche? —preguntó Julia.
—Espectacular —respondió Javier, guiñándole un ojo a María.
—Hermosa —susurró ella, y lo besó sin pudor.


Durante los días siguientes, Javier la tomó una y otra vez: en el lago, con el agua lamiendo sus cuerpos mientras él la embestía contra una roca; en el bosque, donde la apoyó contra un árbol y la hizo gemir hasta que su voz se perdió entre los pájaros. María se entregó por completo, descubriendo un placer que nunca imaginó. Cuando regresaron, algo en ella había cambiado. José volvería pronto, pero la María que lo recibiría ya no era la misma.

1 comentario:

  1. algo excitante! pero faltaron algunos detalles, por ejemplo como olía el coño de maría por la excitación y lo sudadita y si tienen otros relatos de madres infieles chantajeadas, para proteger a sus hijos? este es mi correo: javiermarquez6061@gmail.com

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